Quien llegaba del norte del reino debía cruzar el Ebro y, para ello, contaba con dos puentes, el de piedra y el de tablas, que unían la agrícola margen izquierda con la margen derecha más urbana y comercial.
Por el de piedra transitaban personas y caballerías; por el de tablas los vehículos con más carga.
En 1643 se produjo una gran avenida del Ebro que estropeó ambos puentes. Al año siguiente el arreglo estuvo concluido y se inauguró el 25 de noviembre por Felipe IV. En 1713 ardió en un incendio; se reconstruyó, pero en 1801, a causa de nuevas avenidas, se derribó definitivamente.
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